jueves, 26 de febrero de 2009

Navarra tiene un plan

Juan Carlos Longás

E
L último artefacto-juguete de UPN en su permanente y contumaz simulacro de gobierno (a estas alturas es evidente la parálisis) es el Plan Moderna, perfecto resumen del concepto que Sanz y sus acólitos tienen de Navarra, convertida en un cortijo, a mayor gloria de la caterva de saqueadores que pululan en los aledaños del presupuesto de Navarra. Saqueadores que, muy a menudo, se aplican a sí mismos, sin rebozo y con evidente benevolencia, la denominación de empresarios cuando, lejos de crear riqueza -función que el discurso sociopolítico al uso atribuye a ese menester- centran todos sus esfuerzos en esquilmar y apropiarse de la creada por otros. También sorprende su proclividad a ensalzar las virtudes del libre mercado, cuando son parásitos enquistados en los pliegues del sector público, al que deben su hacienda y su fortuna, no siempre en leal y abierta concurrencia con otros agentes.

Del Plan Moderna se ha dicho y escrito mucho, sobre todo de algunos aspectos particularmente llamativos. Para empezar, porque pretende ser, se dice, "un modelo de todos", "un plan de Navarra y para todos los navarros", pero excluye de los ámbitos de decisión a un amplio sector político y sindical de la sociedad navarra. Así, su comité de dirección es fiel reflejo del régimen (dos partidos, dos sindicatos, un movimiento: UPSN): Gobierno de Navarra, PSN, CCOO, CEN, UGT, Universidad Pública y Universidad del Opus Dei. Algún pelo de dignidad institucional habrá dejado en la gatera la Universidad Pública al prestarse a algo tan excluyente e instrumentalizado, hasta el extremo de pedir a las personas que han pasado por sus aulas su participación en el proyecto.

También se ha insistido mucho -por lo evidente- en la escasísima presencia de mujeres en el comité de expertos (3 de un total de 33), lo que dice mucho de los criterios con que se ha creado ese grupo, en el que, por cierto, hay personas claramente involucradas en el actual estado de cosas y que malamente van a aportar nada que no sea su reproducción, puesto que tan rentables les están siendo.

Pero estas circunstancias son mera anécdota que encubren una realidad mucho más descarnada, porque el Plan Moderna es, de hecho, -y quizá sólo- un mecanismo de producción de ruedas de prensa y de imagen, precisamente para alimentar ese simulacro de gobierno. Para ser justos, no es un defecto exclusivo de UPN. Seguramente tiene que ver con esas democracias de audiencias en que se van convirtiendo (si es que no lo han hecho ya) nuestros sistemas políticos y en las que el esfuerzo gubernamental se dirige a la generación de gestos sociales y datos macroeconómicos exhibibles en cuanto tales, sin que importe lo que las cifras ocultan. De ahí (y, aventuro, de otras consideraciones menos confesables) surge también la preferencia por las obras faraónicas que mueven enormes presupuestos. Se vende humo, cascarones vacíos pero carísimos, porque lo que cuenta es la imagen, el impacto visual, en un mundo apresurado en el que lo que no puede ser resumido en un lapidario pie de foto no existe. La cuestión a responder es si eso vale los 650.000 euros que, de momento, se han presupuestado para el plan (200.000 en 2008 y 450.000 en 2009). Para un solo plan, al que hay que sumar, de acuerdo con la información suministrada por el Gobierno de Navarra a los redactores del diagnóstico del Plan Moderna, los 94 que están, supuestamente, en marcha. Un plan para cada ocasión, la mayoría durmiendo en archivos (también la alcaldesa Barcina encargó en su día un plan estratégico para Pamplona del que nadie oyó hablar después, a pesar de su nada despreciable coste) o arrastrándose desfallecientes y macilentos por los vericuetos de la Administración sin que se les haga el menor caso. Ahí está el plan de carreteras, abruptamente rematado cuando la proximidad de las elecciones aconsejó olvidarse de algunas obras y dedicarse a otras no previstas, de acuerdo con el mapa (electoral) de necesidades del partido gobernante. O el circuito de velocidad de Los Arcos, en el que se llevan gastados ya varios cientos de miles de euros, no se sabe bien para qué ni para quién. O el Navarra 2012, mera yuxtaposición de proyectos ya previstos y ni siquiera acelerados en su realización, entre los que descuellan perlas como el innecesario y estridente Reyno de Navarra Arena (espantosa denominación desde su errata castellana a su bárbaro remate) o el casposo y caro Museo de los Sanfermines, aprovechado para metérsela doblada y con natividad (que diría Lakasta) al Ayuntamiento de Pamplona, justo, qué casualidad, cuando Barcina decide cambiar de aires.

El objetivo declarado del Plan Moderna es "definir un nuevo modelo de desarrollo económico para Navarra a medio y largo plazo". Y se confía tan ambicioso afán -nada menos que la planificación del futuro de Navarra- a entidades externas, ajenas a la Administración. El lehendakari Sanz y sus consejeros se limitan a asistir a las sesiones de mayor tronío y los altos cargos del Gobierno de Navarra que, se supone, deberán aplicarlo, no se enteran de la fiesta. Al comité de expertos le llegan resúmenes de documentos de los que se desconoce cómo han sido cocinados. Así que, en realidad, el peso fundamental de la elaboración del plan se encomienda a consultoras (también en eso empieza a observarse un cierto monopolio de hecho: las mismas personas, los mismos papeles, en todas las salsas), correspondiendo al resto un papel meramente decorativo o legitimador. Es obvio que en cualquier proceso de planificación hay que escuchar y permitir la participación de los agentes implicados; en este caso, de la sociedad. Pero que la Administración desconozca la realidad en la que se desenvuelve hasta el punto de considerarse incapaz de liderar o pilotar dicho proceso, es muy grave. A no ser que, volviendo al punto de partida, esto no sea más que un simulacro.

Igualmente merecen comentario los presupuestos teóricos o doctrinales del trabajo, aunque todavía se esté en la fase de diagnóstico. Pero se adivinan carencias y un enfoque que a buen seguro condicionará el resultado. Y ya se sabe, que si el diagnóstico yerra, sólo se podrá acertar en el remedio por puro azar. Por ejemplo, todo lo que sobra de triunfalismo acrítico, falta en consideraciones sociales o ambientales. Se aporta una visión economicista -y por tanto caricaturizada- de la realidad, cuando el desarrollo es un fenómeno humano y social. Pues bien, lo social se reduce en el diagnóstico a algún comentario sobre la inmigración y la necesidad de fomentar la natalidad. Lo ambiental, a un canto a los estupendos paisajes de Navarra. Conceptualmente el diagnóstico parece descansar en las elaboraciones de Michael Porter. Se trata de un famoso consultor de empresas que, dando un salto mortal sin red, pasó a aplicar sus herramientas a economías enteras sin respaldo teórico suficiente, lo que le llevó a una enumeración de obviedades plasmadas en su famoso diamante. Ello conduce, por ejemplo, a la identificación en el diagnóstico del Plan Moderna de clusters industriales a partir de epígrafes estadísticos, sin contenido real. La mera acumulación de empresas del mismo sector en una área concreta no significa la existencia de relaciones explícitas entre ellas, sean input-output o de otro tipo. Presumir que existen relaciones porque existen empresas es un exceso lógico, a no ser que recurramos a una definición de cluster tan laxa que quedaría vacía de contenido. Pero ésa es otra historia.

Decía que Navarra es un cortijo (foral, of course ). A la vista de lo barato que se vende el PSN, lleva camino de convertirse en el cortijo de los mil años (versión idiosincrásica de un imperio que pretendió tener esa duración). Con permiso del Plan Moderna.

Publicado en Diario de Noticias el 26 de febrero de 2009

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