domingo, 8 de febrero de 2009

Del negacionismo


Miguel Sánchez-Ostiz

EL que un obispo integrista, apartado hasta hace nada de la Iglesia de Roma, niegue el Holocausto es algo que se comenta solo, y deja de ser noticia unos días después de que el escándalo mediático saltara a las páginas informativas. No es el obispo Williamson el único negacionista, parcial o global del Holocausto. Negacionista o revisionista, tanto da: tan perverso es negar su existencia como afirmar que no fue para tanto.

El negacionismo es una seña de identidad, de reconocimiento mutuo, de la peor derecha, la más reaccionaria, la clasista, la que añora un país de amos y de siervos, y una sociedad estamental de monteros y ojeadores; la misma que se abandera detrás de las creencias religiosas, a falta de mejor ideología y en apoyo de sus intereses sociales, aunque no las practiquen ni de lejos. El negacionismo es una forma de construir un nosotros protector y hasta distinguido; algo que procuran manifestar en público lo menos posible. En cambio, en privado, es hasta de buen tono negar los pogroms y las matanzas, como la de Bucarest de enero de 1941, en Alemania, Ucrania, Rumanía o Rusia.

Negar el Holocausto, o minimizarlo, como si los miles de testimonios directos de lo sucedido no tuvieran valor alguno. Testimonios directos que obran en poder del Vaticano desde el inicio de la persecución contra los judíos o de la práctica clínica de la eutanasia activa de deficientes mentales o de enfermos incurables en Alemania. No han bastado más de cinco décadas de testimonios escritos de todo tipo, del confesional al judicial, pasando por los literarios e históricos documentados hasta la náusea, o los gráficos, tanto los obtenidos por los mismos prisioneros o por los aliados en el momento mismo de la liberación de los campos, como las fotografías que los propios criminales sacaban de sus hazañas; pero sobre todo los testimonios personales de los supervivientes, hasta ahora mismo, cuando todavía pueden exhibir sus brazos marcados como si fueran ganado. El Holocausto sigue siendo negado y esa negación equivale a algo más que a una absolución. Los mismos que hoy lo niegan, son los que hubiesen mirado para otro lado o apoyado el exterminio en su momento.

Como digo, es un hecho que se comenta solo, penoso, aunque sea significativo. Todo lo demás suena a reparto: la protesta de la canciller alemana, el Vaticano diciendo que el Papa ya ha hablado claro respecto al genocidio judío, y éste pidiéndole al obispo Williamson que se retracte, y éste a su vez pidiendo perdón por las molestias causadas, pero no por la ofensa cometida -¿A quién? ¿Sólo a las víctimas y a sus herederos? ¿Sólo a los judíos o a los miembros de la especie humana? ¿A quién?-, algo que ya examinó en el siglo XVIII el barón de Holbach en su luminoso ensayo El cristianismo al descubierto , una obra de sorprendente actualidad publicada por la editorial Laetoli. El perdón, con independencia y olvido concreto del daño causado al ofendido, que debe tragarse el agravio. Puede ser que yo no entienda bien el profundo sentido, cristiano o no, del perdón, al pedirlo y al concederlo me refiero. Por fortuna, no todos los cristianos practican ese lavado de responsabilidades personales y culpa efectiva, sería un abuso afirmar lo contrario, pero el cepillo de las almas del purgatorio fue un gran invento, tanto o mejor que el psicoanálisis. Pero casi mejor son los tribunales de justicia y la legislación penal, como la alemana que prevé expresamente y tipifica como delito la afirmaciones negacionistas, algo de lo que, aun estando en posesión de la verdad, era muy consciente el obispo Williamson cuando hizo las declaraciones que hizo.

Nuestro rasgado de vestiduras tiene más de ritual preceptivo que de análisis de los hechos que quedan enseguida en un muy segundo plano: las declaraciones, delictivas en territorio alemán, y los hechos negados. Esa lastimosa manifestación de escándalo nos evita una reflexión en profundidad sobre las causas del Holocausto y la voluntad criminal nazi, como sobre los oscuros y violentos motivos del negacionismo. Intuimos que ahí nos aguarda el vértigo. Pasamos página. Nos declaramos ahítos. La retórica y los sofismas acuden en nuestra ayuda y nos ahogan. Ruido al ruido. Hay antisemitismo en el aire. Antisemitismo traído y llevado por lo sucedido en Gaza, con todos los distingos de rigor, ignorando los propios movimientos judíos que se oponen a esa política y que son silenciados por la propaganda oficial sionista. Pero no es menos verdad que también se ha despertado un antisemitismo de vieja cepa, que han salido a relucir los miasmas de prejuicios atávicos, las ideas turbias y truculentas mamadas como ejemplos piadosos, los demonios familiares transmitidos como el bagaje de una cultura doméstica, muy de puertas adentro, mientras no soplen vientos propicios: el terreno abonado para la duda que siembra Williamson desde su posición jerárquica, seguro de que alguien se verá obligado a escucharle y concederle crédito.

Publicado en Diario de Noticias el 8 de febrero de 2009

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