miércoles, 11 de febrero de 2009

Calcina


Jorge Nagore

creo
que hoy se inaugura la fanfarria ésa del talento, cuya inscripción, aplicando la escala numérica Sanz, sale a cena y media y poco más, unos 650 euros. Intuyo que dará la bienvenida el propio Sanz, con la conferencia Cintruénigo: el arte del alabastro y cómo convertir una caja en una matrioska ante el pasmo general sin que dimita ni Dios. Prólogo a cargo de Roberto Jiménez, experto en mármol y en hacer la estatua . Una lástima, lo de que el encargado sea Sanz, creo. Yo le hubiese otorgado ese honor al que en el foro de Internet de este periódico rebautizó a Barcina como Yolanda Calcina. Nunca tan pocas letras tanto abarcaron, no me digan que eso no es una genialidad, qué bonito, hermoso y directo verbo: calcinar, ad hoc . La última calcinada consiste en darle fuego literalmente a aquella ordenanza municipal que permitía a los ciclistas circular por determinadas aceras y que tanta polvareda levantó, al punto de enfrentar a peatones y ciclistas -los conductores ni se tocan, oiga-. Toda vez que -habrá pensado ella- los ciclistas son cuatro rojos pelones y en cambio la peatonada bien surtida de votantes míos de la tercera y cuarta edad está, las bicis a los leones. Carril bici calcinado. La penúltima fue cascarse unos nuevos rótulos para las calles sólo en castellano y nada de euskera -esa lengua procedente de Ajuria Enea-, aduciendo que así están más claros. Yo también lo veo claro: es una enfermedad, lo mismo me da que sea producida por causa electoral que por delirios paranoides, al margen de que es de muy mala educación -primera y espero que última vez que escribo esto, pero creo que esta vez lo merece sobradamente- venir de fuera y mearse en la historia ajena, por mucho que ésta te joda. Es la que es, hija, y, si no te gusta, ya sabes, a calcinar a otra parte.

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