Cuenta ETA, en un documento interceptado por la policía, que también ellos están en crisis, pero no sólo económica, sino estructural y operativa. Crisis total, vaya. Culpan a las fuerzas represoras del Estado Español, por supuesto, pero también a su propio muñón político. ETA, concluyen, o innova o desaparece.
Y es cierto que ahora que soplan nuevos aires por el norte, ahora que tenemos un negro en el Athletic y un López se postula a Lehendakari, ahora que Euskadi parece un showroom con tanto cambio de chaqueta, ETA ya no se muestra sólo como un cáncer sociopolítico, sino como una cosa pasada, obsoleta, un resquicio agonizante de la parte más fea del siglo XX. ETA es un tapete de ganchillo en un sofá de Philippe Starck.
Para entrar de verdad en el siglo 21, necesitan renovarse de arriba abajo, empezando por ese horrible logotipo en blanco y negro. Deberían abrirse una web muy 2.0, con canal propio en Youtube donde colgar sus videos amenazando a políticos, empresarios y periodistas. Que se hagan un Facebook y un Twitter, para microbloguear que en Euskal Herria hay un déficit democrático, para decir español el que no bote.
ETA debería buscarse un líder afroabertzale y clamar por el change y la hope, asesinar al ritmo de Working on a dream, del Boss, y crear su propia línea de camisetas molonas. Debería decorar su cúpula con dibujos de Bansky, hacer virales y redactar listas negras con software libre. Debería dejarse empapar por el nuevo milenio y hacer de su organización una gran comunidad de estructura horizontal, abierta a la participación ciudadana.
Claro que también podrían abandonar las armas y dejar que los vascos vivamos en paz de una puta vez. Eso sí que sería innovador.
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