domingo, 29 de marzo de 2009

Pertur de nuevo


Miguel Sánchez-Ostiz

A más de treinta años vista, la desaparición de Eduardo Moreno Bergareche, Pertur , sigue siendo un misterio. Desde que fue visto por última vez, se ha venido atribuyendo la autoría de su secuestro, desaparición y más que previsible asesinato, a sus ex compañeros de ETA-pm, no conformes con el paso de la lucha armada a la actividad política que, al parecer, preconizaba Pertur dentro de la organización.

Hace alrededor de dos años, comenzó a hablarse de otra versión. Era bastante novelesca, exculpaba a los activistas de ETA de la época y hacía aparecer en escena a los servicios secretos españoles y a los mercenarios del hampa internacional que actuaron por su cuenta. La sostenía gente a la que podía concedérsele crédito.

Ahora, un neofascista italiano, condenado en Italia a cadena perpetua, afirma que el secuestro pudo muy bien ser obra de los servicios secretos de presidencia de gobierno que actuaron con impunidad criminal en aquellos primeros años de la Transición. Lo sucedido en Montejurra es sólo un ejemplo. Contaron con las pocas ganas de investigar de la magistratura de la época, más allá de diligencias de mero trámite, entre otras complicidades, como la de algunos medios de comunicación y la de quienes no dudaron en intentar dar un golpe de estado en 1981. ¿Cómo iban a investigar los propios autores de las fechorías? Es un sarcasmo político. Uno más.

La confesión novelesca del neofascista italiano tiene que ser corroborada por otro participante en aquellas fechorías que ahora mismo está impedido por enfermedad.

El neofascista italiano pone en escena algo siniestro: la existencia en territorio español, cerca de Barcelona, de una "factoría" de guerra sucia. Un lugar apartado, discreto, donde poder torturar y matar con total impunidad a secuestrados. Lo describe con una sospechosa precisión.

Entiendo mal que ese asunto no se investigue de manera más decidida por parte de la Fiscalía o no concite la intervención de un juez tipo Garzón que demuestra que cuando hay interés se puede ir muy lejos. Aquí no cabe hablar de prescripciones. El Estado español debe atreverse con la tarea de enfrentar sus propias trastiendas, sus trapos sucios y sus fantasmas, por lo menos para que se haga público el precio cierto de la Transición. No basta con el sistema de los chivos expiatorios. Importa saber si desde los aparatos del Estado se secuestraba y torturaba, antes, durante y después del GAL, sobre el que no estoy muy seguro de que se depuraran por completo las responsabilidades de los crímenes cometidos. A otros países se les ha exigido, por ejemplo, que abran sus archivos secretos para que se pueda averiguar quiénes eran delatores e informadores del régimen, qué ventajas o qué beneficios personales obtuvieron con su actividad, y que más tarde se han aprovechado de un sistema neoliberal y neodemocrático poco amigo de mirar hacia atrás en nada que pueda oscurecer el presente de la ventaja. Y se trata de saber, no de ajustar cuentas.

En ese interés relativo con respecto a la investigación de la desaparición de Pertur, cuenta, me temo, que el desaparecido era miembro de ETA-pm, y poco importa que lo fuera en los años setenta, como muchos otros. O mejor dicho, lo entiendo demasiado bien, como entiendo el desinterés de medios de comunicación ahora que no pueden sacarle réditos políticos a esa información. Ya no interesa saber si eran milis o polimilis , importa que el público está más que harto de ETA, de su entorno y de todo lo que a ello asimila de manera injusta, y no repara en su propia crueldad. Importa la revancha, la venganza, poco la justicia; o peor aún, se hace pasar la primera por la segunda. Y no será muy aventurado decir que los resultados de una encuesta en la que se dilucidara el estar a favor o en contra de la guerra sucia, nos pegarían un susto.

La historia que ahora cuenta el neofascista italiano suena a película de cine negro político o a novela de lo mismo, pero por lo visto es algo común en las trastiendas del poder, un territorio en el que sólo entra la novela negra y que el público lee con sospechosa atención. Representan unos temores, unas sospechas y unas íntimas certezas. Rodríguez Galindo sabía bastante de estas cosas. Por eso fue condenado. Hay países que son más sensibles que otros, pero el margen de tolerancia social con esos trabajos sucios es, me temo, bastante más amplio de lo que se cree.

¿Por qué ahora? ¿A resultas sólo de la investigación judicial? Me lo pregunto porque los nombres de aquellos matones mercenarios llevan años circulando en los ámbitos de un periodismo de investigación que ya a nadie interesa, salvo que una eficaz campaña publicitaria que pague páginas de suplemento literario o artículos de opinión favorables, diga que el producto que se pone en circulación en el mercado vale la pena. Si de la manera que sea, no son negocio, la verdad de lo sucedido en nuestra historia inmediata no interesa, y el éxito de ventas acaba suplantando el resultado de investigaciones contrastadas. Lo que va a misa es lo que se vende, aunque sea falso.

Algunos de aquellos asesinos a sueldo de nacionalidad italiana estaban refugiados en Bolivia, en la ciudad de La Paz, alrededor de Klaus Barbie, que gozaba de la protección gubernamental a cambio de cometer allí fechorías por encargo de los gobernantes de la dictadura militar de turno, o de no turno. Eran mercenarios del mejor postor, la ideología era un adorno vago, algo secundario. Su fascismo no era más que una historia de narcotraficantes, asesinos a sueldo y proxenetas.

A treinta años vista, la historia de la desaparición de Eduardo Moreno Bergareche puede resultarle al público muy novelesca, cierto, pero no creo que lo sea para los verdaderos interesados: la familia de Pertur que ha tenido que vivir esta tragedia con auténtica desesperación. Una decidida investigación es lo mínimo que en justicia se merecen.

Publicado en Diario de Noticias

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