domingo, 29 de marzo de 2009

Concienciación impagable


Juan Kruz Lakasta

Ser euskaltzale en Navarra resulta cansado. Eso de tener que participar en la Korrika, el Nafarroa Oinez, la fiesta del la escuela pública euskaldun, el día del euskera del barrio, la fiesta de la toponimia del portal acaba por agotar a cualquiera. A mí, por lo menos, cada vez me cuesta más acudir a la típica fiesta euskaltzale, en la que te pasas el día peregrinando de txozna en txozna intentando en vano conseguir un bocadillo, rodeado de estridentes púberes disfrazados de Capitán Kalimotxo: ikurriña atada al cuello a modo de capa, gorro de Gora Euskadi en la cabeza y en la mano la fuente de sus superpoderes, el katxi de kalimotxo. La Korrika es, sin duda, la iniciativa popular en apoyo al euskera más importante, multitudinaria, impresionante. Tengo un montón de entrañables recuerdos unidos a ella. La plaza de los Fueros abarrotada por la primera Korrika, a la que asistí boquiabierto junto a los compañeros de ikastola. La Korrika 8 que me pilló en la cárcel de la calle San Roque por insumiso, en cuyo patio organizamos una carrera improvisada mientras del otro lado de los muros nos llegaban los gritos de la gente. La Korrika 10 que cubrí íntegra para el periódicoEgunkaria en la furgoneta de prensa de AEK: Villasante con el testigo en Arantzazu, el tremendo trabajo de los voluntarios que a turnos van abriendo paso a la carrera a pie de asfalto, la constatación de que el testigo de la Korrika no se para nunca y si hace falta esos voluntarios lo llevan a pie durante varios kilómetros, la canción que al principio me gustaba y al final me parecía una tortura. Bat, bi, hiru, lau, bost, sei... zortzi, bederatzi, hamar, Euskal Herria Korrika . Sin embargo, ayer, al oír la predicción meteorológica que anunciaba para hoy frío y lluvia, de la que me acordé fue de la Korrika 15, la de hace dos años, en la que siguiendo en una moto la carrera por Pamplona paraEuskalerria Irratia me calé hasta los calzoncillos de Alonso, Alonso, Alonso y sus tiendas familiares. Y ese recuerdo, junto con el cansancio acumulado que mencionaba al principio, me llevó a flaquear, a barajar la posibilidad de desertar, de por una vez no participar en la Korrika. Menos mal que ahí estaban los de siempre, los que no descansan, los que nunca fallan, para darme el ánimo, el empujón que necesitaba. Realizan una labor de concienciación impagable. Me refiero a los mandatarios regionalistas del Ayuntamiento de Pamplona, que han prohibido la fiesta de la Korrika en la plaza de los Burgos. En cuanto me enteré de la prohibición, preparé con mimo el chándal, las zapatillas y el chubasquero.

Publicado en Diario de Noticias

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