Aingeru Epaltza
s un clásico. El carterista sorprendido en el momento de introducir su mano en el bolso de la víctima se encara con ella, levanta la voz y empieza a insultarla llamándole racista o xenófoba, según convenga, cuando no a acusarla directamente de agresión sexual o incluso de intento de robo. No siempre, pero sí muchas de las veces, la artimaña le vale para irse de rositas antes de que aparezca el municipal. A veces hasta con cartera y todo. Es la estrategia del calamar, que suelta tinta negra para librarse del marrón. Una comparecencia conjunta puede servir para retratar toda una época. Ésta que nos ha tocado vivir va a llevar consigo el nombre de un señorío nobiliario de recio abolengo y de dos partidos políticos, uno de ellos con el apellido "obrero", al rescate del estamento que más dinero ha ganado en la última década, atrapado a la sazón en el cepo que él mismo colocó. Será quizás la complicidad con los señores del cemento lo que ha endurecido la cara de los próceres de la provincia. Lo que no sospechábamos era hasta qué límites. Ver la desvergüenza con la que nuestros principales mandatarios claman por su honestidad y amenazan a quien la ponga en duda nos da, al menos, la medida de la amplitud de la reacción ciudadana ante la perspectiva de verse una vez más esquilmada. Acostumbrados como están a disponer a su antojo del dinero de todos, alucinan ante el aluvión de críticas que está provocando en esta anestesiada provincia el ya anunciado desenlace de ese mayúsculo fraude social en que se va a convertir Gendulain. No es que estos Robin Hood al revés no lo hayan hecho nunca antes. Es que esta vez le han echado demasiada jeta. Pillados con las manos en la masa, claman ahora por su honradez esperando que alguna alma cándida les crea. Es lo único que les preocupa. Por el municipal están tranquilos. Saben que nunca aparecerá, porque lo tienen en nómina.
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