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Era la época en que Castilla desplegaba su fiebre conquistadora: Granada, América, Canarias, Melilla… y Navarra. Sí, Navarra señores de UPSN. Ni incorporación, ni libre anexión. Pura y dura invasión. La conquista de Navarra.
El 24 de julio de 1512. El Duque de Alba sitiaba con más de 15.000 soldados la capital navarra. Nada pudieron hacer sus desprotegidos vecinos. Testigos entre otros muchos, el cronista castellano Luis Correa y Luis de Beaumont, el traidor Condestable de Navarra, insertado en el bando castellano. Así echaba a andar una conquista, nunca terminada, ni pactada, al menos mientras muchos navarros sigamos denunciándola.
Cualquier otra versión de los hechos, por muy oficial que sea, es una afrenta y una traición para los navarros que siempre han defendido sus fueros, su cultura y su dignidad como tales. "Castilla, España, siempre nos humilló y nos despreció" decía M. Puy Huici. Pero no hay mayor escarnio para un pueblo, que el que le infligen sus propios representantes. Son dignos herederos del Conde de Lerín. Desnaturalizados que sistemáticamente niegan o tergiversan nuestra historia, nuestra cultura y se pasan con armas y bagajes a las filas del invasor. Ebrios de prebendas y pelotazos. Y montarán la farsa: cronistas de la corte, pesebreros de vil catadura moral e intelectual del reino (sí, ¿navarros?), lingüistas del instituto Cervantes, -"la lengua es el instrumento del imperio, decía Nebrija-.
Es en este contexto donde cobra un relieve inconmensurable la figura más señera de los patriotas navarros: el Mariscal Pedro de Navarra.
Todo pueblo se enorgullece de su imaginario histórico, donde se ensalzan a personajes involucrados en la lucha por su soberanía. Juana de Arco, Guillermo Tell, George Washington, Bolivar, Martí… Lo que realmente importa no es tanto su talante heroico o humano, cuanto el acervo legendario y mítico con el que han sido construidos.
Pongamos por ejemplo el españolísimo Cid. Un soldado de fortuna codicioso y sin demasiados escrúpulos morales… Todos sabemos en qué hornacina lo colocó el imperio… Los propios Reyes Católicos, -¿cabe mayor recochineo para un navarro?- cuyas vidas y milagros nos obligaba el franquismo a recitar de corrido.
Pero a los vascos nos ocultaron o nos tergiversaron o nos quemaron nuestro imaginario. Ni el Francisco de Jaso es el que nos presentan, ni sus hermanos Juan y Miguel unos prófugos renegados sino esforzados defensores de la soberanía navarra… Y así en tantos desafueros históricos fabulados por el invasor.
El Mariscal Pedro de Navarra, comandante en jefe de las tropas navarras, es un ejemplo gravísimo de ocultación. Tanto Cisneros, como el arzobispo de Zaragoza y el propio Rena, sabían de la fe que habían depositado en él los patriotas navarros. Fueron quienes aconsejaron al emperador que lo mantuviera emparedado de por vida.
El emperador le prometió restituirle patrimonio y dignidades a cambio de acatamiento y vasallaje. Sabemos su respuesta, él sólo acataba el juramento otorgado a los reyes legítimos de Navarra. Esto sí es un acto heroico. El Mariscal nunca aceptó que la soberanía navarra quedara en manos de la rapiña castellana, porque conocía perfectamente sus modos y usanzas.
Aquí tenemos los navarros un auténtico héroe y paradigma. Sería un buen momento para que las instancias oficiales lo rescaten de las sombras y del oprobio. Del oprobio porque quisieron oscurecer su estrella con el baldón del suicidio, cuando ¿quién lo duda? -aunque hubiera sido igual-, fue el imperio quien lo suicidó.
¡Aquellos textos que nos obligaron a memorizar en nuestra juventud! Indibil y Mandonio, Viriato, los godos, el Cid, los Reyes Católicos, El gran capitán, los Pizarro y los Cortés sembradores de genocidios… ¡Mola, Franco… Dios bendito! ¡Qué martirio y frustración!
Afortunadamente, ya hace unas décadas, a todos estos héroes los devolví al imaginario hispano del que jamás debieron haber salido. ¡Qué alivio!
Y por fin pude iniciarme en la recuperación del nuestro, el que corresponde al universo de Vasconia, y entre reyes o nobles, infanzones o villanos pude recomponer a muchos Jaso o Velaz, Sagaseta Ilurdoz, Campión, Iturralde, etcétera, etcétera.
Y entre todos ellos, deslumbrando por la estela de su estrella, al noble, intachable y heroico, Mariscal Pedro de Navarra. Será sn duda, la figura señera del quinto centenario de la conquista de Navarra.
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