Abrir ciertos periódicos, así sea con guantes profilácticos, como asomarse a algu- nos canales de televisión por más que nos creamos vacunados, o sintonizar determinadas emisoras no obstante las medidas higiénicas que adoptemos, nos sigue exponiendo a repetir la náusea, a reiterar el asco que deparan los ilustres delincuentes habituales en esos comunes espacios enalteciendo sus canallas biografías y haciendo apología de sus impunes infamias.
A falta de las oportunas recomendaciones sanitarias en los medios de comunicación que adviertan del peligro que corre quien se arriesgue a consumirlos, no es tarea fácil escapar a los desoladores efectos provocados por los tantos impresentables que se reparten la supuesta representación pública que queda después del fraude y nuestra consecuente ira intestinal.
Y reconozco que uno de los que más sal aporta a mi duodeno, a pesar de la reñida competencia, es Sanz Miguel Bergante, el más cazurro representante del hispánico navarrismo y que mejor representa aquel viejo adagio que todavía se conjuga y se celebra en su reino: «Si se hunde el mundo que se hunda... Navarra siempre p'alante».
Cada vez que pasando titulares me encuentro con tan nefasto personaje, la causa viene a mi memoria con la misma vehemencia con que a mi boca acude el exabrupto mientras se suceden las arcadas y trato, inútilmente, de disimular las maldiciones, no vaya a ser que alguna audiencia nacional o algún juez visionario declare ilegales los deseos, incluso, aunque no se manifiesten y los condene a la cárcel o al destierro.
Por fortuna, con el paso del tiempo, he aprendido a apelar a la poesía y al humor para reconvertir las náuseas en sonetos y poder, de esta manera, reconfortar las penas que afligen al duodeno.
A Sanz Miguel Bergante es que dedico este soneto que declaro. De cara a facilitar su comprensión, les recomiendo atender las siguientes instrucciones: Coloquen su mano izquierda sobre la cadera del mismo lado, en clásica posición jotera, al tiempo que levantan el otro brazo componiendo el llamado saludo a la romana. Proyecten entonces el pecho hacia delante y, contenido el aire, con las venas del cuello convenientemente henchidas y ya compuesta la pose y la fachada, procedan a la lectura tratando siempre de enfatizar las pródigas erres de los catorce versos que he dado en titular «Espárragos de Navarra», hasta aliviar el intestino:
¡Oh recia y sacra nobleza bizarra
de regia cuna que al cantar desgarra
la voz, el corazón y la guitarra
en el nombre de Dios y de Navarra.
A tu salud levanto yo mi jarra
presto siempre a la jota y a la farra
con un rosado fino que espatarra
de singular alcurnia y mejor parra,
que quien pudo vencer la cimitarra
del sarraceno con valor y garra
es digno de la gloria que abigarra
y el honor que prodiga y despilfarra
entre tantos pedorros y caparras
que han hecho de Nafarroa, su Navarrrrrrrrrrra!
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