Jorge Nagore
Elvira , la mujer, su mujer, con la que agarrado del brazo conformaba una de las parejas más paseadas, elegantes y dignas de todas las que uno podía cruzarse por Pamplona y el mundo, hermosa y acicalada ella, impoluto y firme él, le dijo: Pablo, éste es Nagore. ¿Te acuerdas, el de la librería, el que ahora escribe? Entonces, don Pablo -le llamé don Pablo ese día en el que me presenté en la barra de La Montañesa , como lo había hecho un par de años antes, cuando, por mail, le hice una pequeña entrevista-cuestionario para una página sobre libros que ya no se publica- se giró sobre su propio bastón, apoyadas las dos manos en él como sólo saben apoyarse los que no tienen vergüenza de usar bastón ni mucho menos de pasear agarrados a su mujer, al contrario, y me dijo: me hacen gracia tus cosas, Nagore .
Que alguien como Antoñana te dijera eso, aunque supieras que era un cumplido exagerado, supongo que hizo que me elevara del taburete un par de palmos, lo que no escapó a la mirada fuerte y tierna de don Pablo debajo de esas cejas levantadas y en las que de pura espesura y negrura siempre creí que cabían objetos. Y, con una sonrisa, añadió: algunas de tus cosas .
Seguía siendo un cumplido, mayor aún si cabe, porque nadie mejor que el que escribe a menudo sabe que apenas un puñado de cosas o frases, con mucha suerte, pueden llegar a ser salvadas de envolver pescado. Una de sus cosas que servían para mucho más que coger grasa, El capitán Cassou , me la dio a leer otro que ya no está y que amaba la letra escrita por encima de casi todo, excepción hecha de las personas y de salir al monte, Peter De Miguel, otro excelente señor que se fue demasiado pronto. Aquí estamos otra vez, don Pablo, será una gran alegría que, de aquí a julio, alguna cosa, aunque sea pequeña, le haga gracia.
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