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Al socialismo navarro le pasa algo parecido. Es invisible por convicción e indiferente por imposición. Y es que el silencio, la indolencia o la negación ante la realidad se imponen como una inevitable profilaxis en la sede de Sarasate. Como si en este mundo de inercias incontrolables, contradecirse fuera el único movimiento que los socialistas saben hacer. Y es que tal vez no es que ya no vean la realidad tal cual se muestra, es que quizás le tengan miedo. Por eso cavan trincheras donde esconder la cabeza.
Quizás la crítica política más desgastada de esta comunidad sea la que llevan tiempo escuchando los socialistas navarros. Tal vez las dosis de cianuro ideológico más potentes las hayan ingerido ellos. Eso sí, sin efectos secundarios. Y es que no han faltado ni faltan razones para ello. Otra cosa es que se admitan en nombre de la sacrosanta gobernabilidad de Navarra. Y es que el viraje a la derecha del socialismo navarro no es nuevo. Los años comprendidos entre 1991 y 1997 marcaron la época corrupta. Antonio Aragón, Urralburu y Otano deshonraron la memoria del partido, pero también sentaron las bases de su propia destrucción como sujeto de cambio social. Desde 1995, última fecha en que los socialistas regentaron el Gobierno foral de la mano de Otano, éstos están en la oposición semántica, que no política. Porque ésta siempre ha sido inexistente.
El socialismo navarro lleva casi 20 años en bancarrota ideológica. Pero es a partir de los gobiernos de Zapatero cuando su crisis se hace más evidente. Una crisis que se define por el innegable giro al centro derecha. Zapatero ha impuesto su particular hoja de ruta sobre los socialistas navarros. Esto se pudo comprobar en las pasadas elecciones forales tras la imposición de las líneas rojas del presidente en Navarra, evidenciando así la falta de autonomía del partido respecto a Ferraz. Por otro lado, es enfermiza su dependencia del sanzismo al cual rinde pleitesía apostólica. Se evidencia así una patología política altamente explosiva: cuando uno es rehén de dos patronos diferentes a los que está sometido en función de las circunstancias políticas del momento, sólo puede interpretarse como una incontrolable voluntad de aceptar la servidumbre voluntaria que proclamara Étienne de La Boétie. Por eso, el socialismo navarro es rehén de un partido que cada día aumenta el precio de su rescate. Algunas actuaciones vienen a confirmar esta doble dependencia. Su inhibición política en las pasadas elecciones locales de Pamplona propició nuevamente la alcaldía a Yolanda Barcina. Se esgrimieron razones morales para no pactar con ANV, pero en realidad había hipotecas y deudas políticas que saldar al margen de la voluntad ciudadana. Otro tanto está ocurriendo en el Ayuntamiento de Barañain, un ayuntamiento a la deriva, abierto en canal y con varios frentes en conflicto, tanto internos como externos, desquiciado, crispado, descapitalizado y en bancarrota moral, técnica y económica que es sustentado por los socialistas navarros en nombre de no se sabe qué, ni con qué fin, ni para qué. Y es que pareciera que su único objetivo existencial, su razón de ser, su validación como proyecto político en esta tierra ha sido, es y será sostener a la derecha, ahora templada, que representa el sanzismo de UPN.
Esta falta de liderazgo y autonomía como partido impide su empoderamiento real frente a Zapatero, y quizás también frente a Rajoy ante una hipotética victoria popular. De esta manera el PSN ha invisibilizado su responsabilidad histórica como partido de izquierdas. Nadie apuesta por un golpe de mano que gire el partido a la izquierda. Hay miedo y muchos despachos agradecidos que mantener. Nadie en el seno del partido cree en la lucha de clases. Es más, han hecho de este concepto un antiviral contra la progresiva metástasis corporativa que carcome las estructuras de gestión ideológica del partido. El socialismo navarro, sumido en la indiferencia pública, sabe que sus réditos políticos no proceden, ni procederán tanto de la confianza de sus electores como de los movimientos estratégicos definidos en Madrid. Por eso no mueven ficha. Por eso callan, por eso se invisibilizan, como Bartleby. Porque han dejado de apostar por las certezas, porque han dejado de mirar de frente a la evidencia. Y como Dios, viven de incógnito.
Personalmente, creo que el socialismo navarro es, en este momento, un proyecto absolutamente deconstruido. Porque se ha enfangado en el más absoluto conformismo y nadie sabe cuál es el precio real de esta metástasis política. Pero además, y más grave, es un proyecto comparsa utilizado por los titiriteros del pensamiento político estatal. Porque Navarra es una cuestión de Estado para el socialismo estatal y para la derecha rajoyana. Por eso, porque la experiencia histórica los ha relegado al banco de los indiferentes, tanto Ferraz como Génova los utilizarán en función de sus necesidades en España. Quizás también Patxi López requiera de sus silencios, colaboraciones o inhibiciones. Pero siempre al margen del propio proyecto socialista navarro. Ése que ni existe o se muestra indiferente. Porque no pesa en el contexto político navarro excepto para hacer de contrapeso simulado.
Por eso no confío en que el socialismo navarro pueda ser agente de cambio político en Navarra. Y ellos -los socialistas- saben que ésta es una baza perdida. Una baza que ya no se contempla en Navarra, y que ni siquiera quieren jugar. Porque Navarra está hipotecada. Porque pareciera que el futuro de esta tierra está cerrado a cal y canto, cual destino sometido a los designios del sanzismo impenitente o del socialismo bastardo, ése que ha ejercido la usura contra su memoria y trayectoria histórica. Aquí lo que se prioriza no son las necesidades de Navarra, sino las de España. Pero ni siquiera las reales. Y Navarra, y ahora Vascongadas, son piezas fundamentales para rearticular un proyecto panespañolista que centre al Estado y niegue absolutamente otras realidades sociales, políticas o identitarias al margen de las constitucionalmente admitidas. En este juego perverso los socialistas navarros han entrado hace tiempo aportando su silencio cómplice y su indiferencia encubridora ante verdades que escuecen, las que cada día escupe la sociedad. ¿Sabe usted a cambio de qué?
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