Para Yamiled Giraldo Quintero, la vida terminó a las ocho y media de la mañana del 25 de abril, cuando dos individuos le dispararon a bocajarro, repetidamente y certeramente. Yamiled Giraldo Quintero había sido asesinada y nadie sabía por qué, ni por quién, pero sí que maridos, compañeros, novios o acompañantes ocasionales despechados, acostumbran a ejercer el «la maté porque era mía» directamente y sin ayuda de sicarios. Yamiled Giraldo Quintero había nacido en Colombia, que junto con lo de los matones y la balacera nos trae aires de cártel, que es cosa que tranquiliza a los políticos y les evita echar mano del gesto serio y del cortar y pegar para la enérgica condena, y a nosotras y nosotros todos, que podemos ahorrarnos las concentraciones de urgencia. Descartada la violencia de género como móvil, decían las primeras noticias.
Yamiled Giraldo Quintero podría ser, continuaban esas primeras noticias, una de las tres mujeres que denunciaron haber sido objeto de abusos sexuales por parte del dueño de un club de alterne, el mismo club en el que fueron obligadas, además, a prostituirse para pagar el billete que las trajo desde Colombia. La denuncia le costó al sujeto en cuestión una condena de 18 años de prisión: la hipótesis del ajuste de cuentas, aseguraban, tomaba cuerpo.
Yamiled, utilizada sexualmente, explotada sexualmente, violentada sexualmente. Yamiled, que un día, cuentan, lo denunció, terminó con cuatro balas en el cuerpo. La más machista de las violencias, y la mas sucia, la que cuenta con el beneplácito, y uso y disfrute de parte de esta sociedad y con el vergonzoso desentendimiento del resto, no provoca víctimas. Como mucho, algún que otro ajuste de cuentas.
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