ás sorprendente que el consejero del ramo turístico-cultural disponga de un helicóptero de emergencias para menesteres tan dudosamente apremiantes como hacerse fotos con un director de cine -luego enviadas en exclusiva a la prensa de su predilección-; más sorprendente que eso, y dejando de lado lo grotesco del episodio, del que quizá hable jocosamente algún día el director de cine mexicano, lo mismo que Woody Allen ironiza en Wild Man Blues sobre las autoridades pelmazas que a toda costa quieren hacerse una foto con él durante sus giras; más sorprendente que eso es que en no sé qué protocolo esté contemplado que todos los consejeros del Gobierno regional puedan hacer uso de los vehículos más escasos e imprescindibles del parque móvil de emergencias. ¿De qué idea de la autoridad emana ese genérico e impreciso derecho a usar los vehículos de emergencias; derecho que, se ejerza o no, es un efectivo derecho señorial --por no decir que de pernada- sobre la flotilla de helicópteros? Se comprende que, en caso de catástrofe, la presencia en el lugar del siniestro de autoridades como el presidente del Gobierno o el consejeros de Interior pueda justificar el uso de cualquier vehículo libre del parque de emergencias -si bien al presidente, como sabemos por sus declaraciones en época electoral, le basta con su coche oficial para ponerse en un santiamén en cualquier punto de nuestro reducido territorio-; pero fuera de casos excepcionales se comprende mal. El mismo presidente, que declaró no haber utilizado jamás esos vehículos de emergencias, parece entender que eso no está bonito. Y sin embargo él es el responsable último de que los consejeros de su Gobierno puedan disponer a su capricho de esos helicópteros que, además de ser patrimonio ciudadano -no patrimonio de autoridades con aires o vuelos de mandamases-, son un bien inapreciable en caso de súbita calamidad. Calamidad, pero de otra clase, es que ejerzan de autoridades quienes así no lo entienden. |
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