Aingeru Epaltza
l pasado Día del Libro, Yolanda Barcina, alcaldesa de Pamplona y presidenta de UPN, se encaró con un librero que le acababa de hacer entrega de un escrito crítico con la candidatura de la ciudad a Capital Europea de la Cultura en 2016. Barcina mostró al osado su doloroso asombro por el hecho de que, habiendo en el Estado otras 15 aspirantes, sea ésta la única en la que exista una corriente contraria a que su propia ciudad se postule para ese título. A la misma hora que Barcina se escandalizaba porque alguien piense que aquí se maltrata a la cultura, los bibliotecarios de la ciudad se concentraban en la plaza Consistorial para protestar contra un caso flagrante de censura protagonizado por el Ayuntamiento que ella preside. Ninguna asesora ha explicado a esta mujer el problemático maridaje de conceptos como cultura y censura ideológica. Pero, ¿de qué nos extrañamos? Tampoco parece que puedan ir de la mano cultura y discriminación lingüística, y eso, en Pamplona, es el pan nuestro de cada día. Aquí la única emisora que emite en euskera continúa sin legalizarse, más de 20 años después de iniciar sus emisiones, por obra y gracia del partido de Barcina. Toma capitalidad cultural. Ya no sé si merece la pena recordar que la alcaldesa prefirió dotar al centro de unos grandes almacenes antes que de una biblioteca general. O que no le importó destruir un yacimiento arqueológico de primer orden para construir un aparcamiento de coches. Y que relega y margina las manifestaciones culturales que no casan con esa ideología y ese estilo suyos, tan tristes y mortecinos como la oferta cultural oficial de la ciudad. En San Sebastián, otra candidata, Odón Elorza lleva meses recabando ideas y ganándose la complicidad de todos -todos- los estamentos culturales donostiarras. Aquí, Barcina pide a los pamploneses un cheque en blanco y se mosquea porque algunos no se lo quieran dar. No se sonroja cuando dice que los del pensamiento único son los otros.
l pasado Día del Libro, Yolanda Barcina, alcaldesa de Pamplona y presidenta de UPN, se encaró con un librero que le acababa de hacer entrega de un escrito crítico con la candidatura de la ciudad a Capital Europea de la Cultura en 2016. Barcina mostró al osado su doloroso asombro por el hecho de que, habiendo en el Estado otras 15 aspirantes, sea ésta la única en la que exista una corriente contraria a que su propia ciudad se postule para ese título. A la misma hora que Barcina se escandalizaba porque alguien piense que aquí se maltrata a la cultura, los bibliotecarios de la ciudad se concentraban en la plaza Consistorial para protestar contra un caso flagrante de censura protagonizado por el Ayuntamiento que ella preside. Ninguna asesora ha explicado a esta mujer el problemático maridaje de conceptos como cultura y censura ideológica. Pero, ¿de qué nos extrañamos? Tampoco parece que puedan ir de la mano cultura y discriminación lingüística, y eso, en Pamplona, es el pan nuestro de cada día. Aquí la única emisora que emite en euskera continúa sin legalizarse, más de 20 años después de iniciar sus emisiones, por obra y gracia del partido de Barcina. Toma capitalidad cultural. Ya no sé si merece la pena recordar que la alcaldesa prefirió dotar al centro de unos grandes almacenes antes que de una biblioteca general. O que no le importó destruir un yacimiento arqueológico de primer orden para construir un aparcamiento de coches. Y que relega y margina las manifestaciones culturales que no casan con esa ideología y ese estilo suyos, tan tristes y mortecinos como la oferta cultural oficial de la ciudad. En San Sebastián, otra candidata, Odón Elorza lleva meses recabando ideas y ganándose la complicidad de todos -todos- los estamentos culturales donostiarras. Aquí, Barcina pide a los pamploneses un cheque en blanco y se mosquea porque algunos no se lo quieran dar. No se sonroja cuando dice que los del pensamiento único son los otros.
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