Aingeru Epaltza
n el colegio de religiosos donde estudié encontré a gente magnífica a la que sigo creyendo que debo algo, al lado de personajes de calidad moral dudosa y otros a los que, hoy, sólo se me ocurriría calificar de pobres diablos. Entre estos incluyo a algunos de esos con los que sabíamos que era mejor no subir en solitario a la clausura. No son leyendas de colegio de curas: aparte de algún momento de pánico, recuerdo con nombres y apellidos tres casos de traslados fulminantes por "incidentes" con algún alumno. ¿Tres son muchos o son pocos entre varias docenas? No tengo ni idea. Sí sé, en cambio, que hoy, alguno de ellos quizás aparecería en los periódicos. Hace treinta y pico años la verdad es que los propios chavales lo aceptábamos con cierta deportividad, casi como si fueran gajes del oficio de la educación elegida por nuestros padres. No estoy del todo seguro, sin embargo, de que todos mis antiguos compañeros puedan hablar del tema con la misma despreocupación que yo ahora. Por otra parte, conozco a ex alumnos de otras órdenes religiosas con parecidas historias que contar. ¿Resultaría aquí posible una investigación similar a la realizada en Irlanda sobre casos de abusos sexuales a niños cometidos por gente vinculada a la Iglesia católica? Imagino la reacción de la prensa conservadora ante el tema. O las declaraciones al respecto de los líderes de UPN y PP. Ese PP, cuyo candidato europeo, Mayor Oreja, hace suyas las palabras de Monseñor Cañizares diciendo que el aborto es "peor" que la pederastia. Las cifras irlandesas apabullan. Nada hay que haga pensar que, si empezásemos a rascar por estas tierras de historia tan clerical como las irlandesas, llegaríamos a números más modestos. No tengo ninguna duda de que existen pederastas en todos los países y de todas las confesiones religiosas. El caso estadounidense demuestra que, de modo institucional, las grandes cifras sólo se dan en la única confesión religiosa que exige el celibato a sus ministros, y ésa no es otra que la Iglesia católica.
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