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El PSOE, por su parte, ha dado por cerrado con el relevo del Gobierno Vasco la configuración del Estado de las Autonomías y, con ella, la transición democrática (¿quiere ello decir que los gobiernos autonómicos nacionalistas no fueron democráticos?) en el País Vasco y en España. El documento de Santillana de 2003 parecía abrir una fase de reforzamiento de los autogobiernos, lo que indujo a confusión a muchos -yo entre ellos- sobre la voluntad de Zapatero de solucionar en profundidad el conflicto vasco.
El cepillado del Estatut catalán debiera haber sembrado la sospecha sobre sus intenciones. Tras las reformas de los estatutos de Andalucía, la Comunidad Valenciana y Cataluña, entre otras, y el rechazo sin contemplaciones del nuevo estatuto aprobado mayoritariamente por el Parlamento Vasco, se dio por concluido el proceso. Quedó al margen de las reformas un cierto número de comunidades. La desaparición de ese tema del discurso de investidura de Patxi López incluye a la CAPV en ese pelotón de los torpes.
Esta lógica ha hecho posible la alianza PP-PSOE. ¿Beneficia ello al PSOE como partido? Puede dudarse. Ha perdido en Madrid el valioso aliado que era hasta ahora el PNV y ha despertado muchos recelos entre los restantes aliados. Por otra parte, los problemas de un gobierno hiperminoritario y enfrentado a una profunda recesión económica van a ser enormes, por mucha cobertura que le ofrezcan los medios. Los populares, sin responsabilidades de gobierno y dedicados en exclusiva al control de las políticas lingüísticas, simbólicas y antiterroristas, contemplarán con delicia el desgaste de su supuesto aliado.
Es en el terreno interno del PSE-EE donde la dinámica de Patxi López presenta un saldo más positivo. Ha conseguido cerrar los frentes internos de partido: de la diferencia entre las dos almas, la descentralizadora y la centralista, no queda ya ni rastro. El equipo López-Ares que arrebató a Nicolás Redondo hijo las riendas del partido tras la derrota de 2001 no le hacía ascos en realidad a la alianza con el PP, sino a su posición subordinada en el acuerdo. La identificación con el equipo de Zapatero ha sido un proceso más fácil, dada la ausencia de autonomía del socialismo vasco respecto del español, como sí existe en cambio en el socialismo catalán. Esta homogeneidad tenderá a crecer a corto plazo, pues la victoria que supone el acceso al poder tiene siempre muchas novias.
A medio plazo, sin embargo, el futuro es incierto. La recesión no ha tocado aún fondo, y mientras que un gobierno nacionalista siempre puede alegar que carece de los instrumentos de política monetaria, fiscal y presupuestaria necesarios para enfrentarse a ella, en manos del Estado, tal argumento no es de recibo en boca de un gobierno autonómico sin solución de continuidad con el de Madrid.
¿Es este gobierno la única fórmula que el PSE-EE tenía en mente? Aunque venía preparándose para ella desde la Ley de Partidos de 2002, no lo creo. Caso de no alcanzar la mayoría necesaria con el PP, contemplaba alternativamente la solución de la alianza (subordinada) con el PNV; de ahí la ambigüedad de su campaña electoral. Pero para eso hacía falta contrarrestar la más que probable apuesta de Ibarretxe por la continuidad del anterior tripartito. Lo que nos lleva al cuarto eje, el de sus relaciones con la familia de los nacionalismos vascos.
PSOE/PSE tienen su concepción sobre los nacionalismos vascos deseables: un Partido Nacionalista Vasco a la Imaz, sin pulsión soberanista, y una izquierda aber-tzale sin violencia y transferida toda ella a Aralar, o aralarizada . Pero las políticas partidarias tendentes a adecuar a otros partidos a las conveniencias del rival suelen producir siempre los efectos contrarios.
Ibarretxe se ha retirado de la política. Su estrategia no tenía sentido si no se impulsaba desde el poder autonómico y con un partido apoyándola sin fisuras. Pero el PNV, partido ganador de estas elecciones, engañado y marginado aquí y vejado por la España de siempre, no sólo no va a representar el papel que se le había asignado, sino que va a poner en juego su mayor penetración en la sociedad civil y su implantación territorial para hacer evidente la inviabilidad de la fórmula Patxi López. Aralar no está jugando tampoco el papel de comparsa complaciente que le atribuía la estrategia del PSE-EE. De hecho, los elogios de medios y partidos están empezando a dar paso a unas críticas que, sin duda, irán a más.
En cuanto a la izquierda aber-tzale troncal, ¿es sostenible una política drástica de expulsión y criminalización a la kurda? Eso afirma el PP, y ésa parece ser la tónica de los discursos socialistas oficiales. Pero los salpican comentarios discordantes que dicen que el escenario podría cambiar de aquí a las elecciones municipales, o que valdría la pena arriesgarse si fuera necesario.
Esta izquierda abertzale apuesta actualmente por el desarrollo de un polo soberanista, y sabe que los objetivos de ETA sólo son alcanzables paradójicamente sin ETA. Si su fin se convierte una vez más en un elemento de negociación política con los socialistas, éstos pondrán como techo de todo acuerdo que el País Vasco sea una pieza encajada en su concepción del Estado de las Autonomías, por lo que las negociaciones fracasarán de nuevo. El polo soberanista tiene que funcionar sin violencia, pero ignorando este techo. Tendrá que haber contactos, sí, pero de tipo técnico, para que el fin de ETA se traduzca en la relegalización de organizaciones y en la apertura del proceso de liberación de los presos. Tal vez sea éste, por otra parte, el terreno más viable para un acuerdo con los socialistas.
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