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Barcina ha pasado por encima de Pompeyo y Carlomagno -y el mismo Fernando el Católico- cuando ha estimado que el confort de los pamploneses reclamaba aparcamientos junto al cuarto de estar de casa, en la mismísima plaza del Castillo, y no se ha arredrado ni ante el Olentzero. Todo hay que decirlo, ha contado con la valiosa colaboración de personas como el jefe de la policía municipal, Santamaría -capaz de resolver a linternazos las más peligrosas concentraciones de amas de casa y jubilatas-. Pero no le atribuyamos la totalidad del mérito. Sus actuaciones han contado con la colaboración de la judicatura que ante las manifiestas agresiones sufridas por el patrimonio material e inmaterial de Navarra, se han limitado a volver la cabeza hacia el lado contrario del desaguisado.
Su apuesta de mayor importancia se centra en conseguir para su Pamplona la capitalidad cultural europea, apuesta ésta que provoca la reacción más negativa entre los pamploneses sensatos. No pretendo polarizar la crítica de las carencias culturales navarras en la actual alcaldesa. Finalmente representa a las élites sociales que durante décadas se han dedicado a erradicar los rasgos culturales navarros.
El seudo-navarrismo tiene como nota más destacada lo que algunos denominan autofobia -rechazo de los rasgos identitarios propios, como resultado del acomplejamiento inducido por los dominadores-. Su ideología se define por la negación de los planteamientos positivos de sus oponentes, anti-vasquismo, anti-Euskera… Tiene una incapacidad fundamental para definirse como alternativa política y cultural. Su carencia es de tal magnitud que es incapaz de concretar sus propuestas, que se limitan a proclamar la identidad peculiar de la CFN, hurgar en el osasunismo y javieradas y exaltar los Sanfermines, como una fiesta inigualable, en la que está permitido cualquier exceso y desmesura, siempre naturalmente que no se toque a la autoridad competente -naturalmente barcinil- y se adoren como fetiches los momenticos, la jota de San Fermín y el atuendo sanferminero de tan corta tradición, defendido como una de las señas más profundas de nuestra identidad por los castas y pamploneses de toda la vida. Estas gentes han castrado la fiesta, que nació y creció como libertad frente a la imposición autoritaria. No quedan sino unas cuantas imágenes estereotipadas para ofrecer al foráneo una idea confusa y equivocada de la realidad pamplonesa.
El problema de la cultura en Pamplona no es atribuible a una inadecuada gestión administrativa. Toda colectividad con personalidad fuerte tiene capacidad para promover su propia cultura y reelaborarla, mediante la asimilación de los elementos alóctonos que puedan interesarle. La capacidad de elaboración cultural se encuentra en cualquier colectividad que disfruta del control de sus elementos identitarios. No podemos ser tan engreídos que lleguemos a concluir que la cultura es una prerrogativa exclusiva de las sociedades democráticas. Las sociedades autoritarias han conseguido también importantes logros culturales, porque, en definitiva, la cultura es un instrumento de expresión colectiva que satisface necesidades insoslayables de cara al funcionamiento de una sociedad concreta. Los nazis y fascistas -sin ir más lejos- desarrollaron elementos culturales útiles a sus objetivos sociales y estatales. Es cierto que en sus manifestaciones laten mensajes claros o subliminales, que no pueden ser asumibles. Igualmente es cierto que en tales manifestaciones se produce una sublimación de los valores autoritarios y genocidas, pero su aspecto puede ser, casi siempre, agradable y amable, al mismo tiempo que es obligado reconocer el valor de muchas de sus técnicas y propuestas. ¿Por qué negar que Hitler tenía planteamientos urbanísticos agradables, basados en amplias avenidas y amplios espacios que desdeñan los constructores demócratas , en aras a la productividad del terreno? No saquemos las cosas de quicio; que a la hora de destruir edificios mejor hubiera sido emplear la dinamita y excavadoras en destruir el 90% de las edificaciones ejecutadas en las últimas décadas que en el escenario de las parafernalias nazis en Nüremberg.
A donde pretendo llegar es a la conclusión de que para tener cultura hay que tener Estado. Esta conclusión es, por lo demás, el punto de partida para explicar las dificultades de nuestra colectividad a la hora de plantear y elaborar una cultura propia. Se oye entre la gente bienpensante de la comunidad foral que Pamplona es un erial cultural. ¿Y qué pretenden que sea con un sistema político empeñado en anular la realidad humana de nuestra colectividad? A ello contribuyen las imposiciones de las élites sociales y políticas que dominan en la CFN desde hace un siglo, o más. La razón no es otra que su proyecto político, en contradicción frontal con nuestra trayectoria histórica, desde el momento en que se encuentra supeditada a los intereses nacionales de otros Estados. Desde el punto en que se niega la identidad más profunda y auténtica de Navarra, basada en la cultura euskaldun, no queda por hacer en materia cultural otra cosa que mirar bobaliconamente las expresiones culturales de otros, que no obstante, tampoco son bien comprendidas y nada hay de mayor inutilidad en el terreno de la cultural que los ficticios ateneos de resonancias hispánicas a los que se acogen los presumidos consumidores de cultura y arte, eso sí, bien dotados de medios financieros prodigados por sus amigos de la administración. ¡Como si la mera asistencia a conciertos y exposiciones fuera suficiente para pulir el pensamiento y actitudes que puede permitirnos comprender mejor al ser humano y hacernos conscientes de sus problemas!
Es obligado dar la vuelta a esta situación. Adoptar la actitud pasiva de quien cree que los navarros somos incapaces de la elaboración cultural equivale a asumir la imposición en este terreno -secuela de la misma imposición política- con la que intentan marcarnos los españoles y franceses. Qué los navarros han sido capaces de tal creación cultural lo pone de manifiesto la huella de nuestra cultura estatal, reconocida incluso por personajes de talla universal desde Shakespeare a Humboldt. Estos personajes admiraron y proclamaron la universalidad de nuestra cultura en los terrenos sociales y culturales en general, pero aquella Navarra que algún día sería la admiración del universo era una Navarra que luchaba por la libertad; libertad que fue conculcada por la inquisitorial España y la Francia dirigida por la Sorbona católica. Se explica la persecución sistemática del euskara, las multas al Olentzero y la promoción de valores de tan alto significado universal como el carro de Manolo Escobar y las gesticulantes contorsiones del cantante Raphael.
En la elaboración de cultura, la institución política debe limitarse a facilitar los medios, no a gestionar e imponer las manifestaciones como tales. Toda actuación que no tenga en cuenta esta perspectiva adolecerá de inautenticidad y artificiosidad. Así se explica la inanidad cultural de la CFN y de Iruña. Por la falta de libertad básica en que se halla una colectividad a la que se niega su identidad, una identidad que no puede mantenerse, si, previamente, no se reconoce el derecho a ser libre y soberana. De ahí que nos resulte repelente cualquier intento de reclamar para Iruñea en el momento presente ninguna capitalidad cultural. Tanto menos, cuando la misma debe ser expresión de la solidaridad y libertad de que debe disfrutar una colectividad; condiciones que son negadas de manera expresa a tanto irunshemes y navarros por el presente status jurídico político.
Nuestros planteamientos miran hacia el futuro y piensan en soluciones a aplicar en el presente. En el caso de que alguien piense que huelen a naftalina es porque acostumbran a guardar los cristales de sus quevedos en formol escurialense.
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